Relatan Ehrenreich y English en su libro “Por su Propio Bien” que en épocas anteriores a la consolidación del oficio de médico —que en sus inicios, como todas las otras profesiones era patrimonio exclusivo del género masculino— la habilidad de curar estaba atada a las obligaciones y espíritu de la maternidad. En esos tiempos, señalan estas autoras, “cualquier mujer que no fuera una privilegiada debía conocer, al menos, el lenguaje de las hierbas y las técnicas para curar; las más eruditas incluso viajaban a lugares lejanos para compartir sus conocimientos. Las mujeres que se distinguían como sanadoras no eran sólo comadronas que cuidaban de otras mujeres sino ‘médicas generales’ herbolarias y consejeras que ayudaban tanto a hombres como a mujeres”.
Sincronías e intuiciones son formas de conocimiento femenino, por eso se fueron descartando y degradando en la medida que las sociedades se hicieron más machistas. Brujas, sanadoras y comadronas se guiaron por la intuición, la observación y la experiencia y por ello fueron cruelmente perseguidas y aniquiladas. Las mismas autoras cuentan como esta historia de tensión entre las sanadoras sin títulos y los profesionales masculinos de la medicina empezó en la Europa medieval, y culminó en ese mismo período con triunfo de la profesión médica masculina. Esta guerra declarada al conocimiento femenino, a su paso destruyó cantidad de redes de ayuda mutua conformadas por mujeres y llevó a la hoguera a miles de mujeres sanadoras y sabias acusándolas de de brujas.
Fue sólo siglos después de esta espantosa cacería, cuando las mujeres fueron aceptadas en las escuelas de medicina (a mediados del siglo veinte), que recuperamos el derecho a sanar sin arriesgar nuestro prestigio moral o la vida. La persecución y exterminio de sanadoras y comadronas, sumada a la satanización del cuerpo y el placer sexual femenino, más antigua aún, apartó a las mujeres de su cuerpo y su poder.
Una de las expresiones más dramáticas de la pérdida del poder de la mujer sobre su propio cuerpo es el fenómeno denominado “medicalización del parto”. Las mujeres nos hemos desconectado del conocimiento ancestral del proceso natural de embarazo y parto y nos hemos puesto pasivamente “en manos de los médicos”, así hemos perdido nuestra capacidad para vivir con autonomía y consciencia plena un evento único y fundamental en nuestra vida y la de hijos e hijas que traemos al mundo, como es el parto.
En la búsqueda de la recuperación del poder ancestral femenino, y de nacimientos sin violencia que contribuyan a la consecución de una cultura de paz y la tolerancia, han resurgido los antiguos oficios de sanadoras, brujas y comadronas encarnados en las llamadas “Doulas”. El término Doula fue acuñado por la antropóloga Dana Raphael quién lo tomó de la cultura Filipina para referirse a las mujeres que ayudan a las nuevas madres durante el parto, la lactancia y el cuidado al recién nacido. En Venezuela tenemos un grupo de Doulas fundadoras y coordinadoras de programas de formación para el parto donde han nacido cientos de niños. En nuestros próximos artículos, compartiremos sus testimonios y los el de padres, madres e hijos que han llegado al mundo acompañados por ellas.