El tabú de la sexualidad que caracteriza nuestra cultura nos ha separado de manera brutal de la dimensión erótica de la vida cotidiana. Nos cuesta relacionarnos con la energía sutil y sagrada del placer erótico porque confundimos erotismo con pornografía, y asociamos el goce del cuerpo exclusivamente a las prácticas sexuales genitales. Pensamos entonces, que si no tenemos pareja o si tenemos pareja pero no tenemos relaciones sexuales satisfactorias, la energía erótica está fuera de nuestra vida y nuestro alcance. La verdad es que no necesariamente es así.
La actividad erótica tiene perfiles propios que la diferencian de las prácticas sexuales rutinarias. El Diccionario de Estudios de Género y Feminismos define la erótica como una disciplina en formación, que estudia toda actividad en la que se busca el placer y/o el goce, ya sea durante el coito o en cualquier práctica tenida por pulsión sexual genital, o a través de otras fuentes pulsionales no genitales como el placer de escuchar, mirar, olfatear, acariciar, succionar, o moverse. El erotismo incluye la estética: observar obras de arte, escuchar música, leer textos hermosos; la ingesta: degustar bebidas o comidas sabrosas; la actividad intelectual en cualquiera de sus expresiones; y la conexión amorosa profunda con otras personas (no necesariamente la pareja) como hijos/as, amigos/as, hermanos/as.
El erotismo es fundamental en la vida, pero son muchos los obstáculos para relacionarnos con el goce. La energía erótica nos conecta con la creación y la procreación, aspectos básicos para la vida humana.
El erotismo no esta necesariamente relacionado con la genitalidad y las relaciones sexuales, todos/as tenemos en nuestra vida cotidiana pequeños momentos relacionados con nuestra rutina diaria, donde nos conectamos con el goce, son experiencias de plenitud que nos vinculan con el placer de la vida, experiencias eróticas…
Judith Ress, teóloga feminista chilena, en su artículo testimonial Mis Placeres Sagrados, nos relata: Cuando hago un recorrido por mis experiencias de plenitud, es decir, eróticas, me doy cuenta que son momentos en los que experimento contención, pertenencia, aceptación, placer; cuando siento una profunda conexión con otro ser humano, con un árbol, con el mar, las montañas, la luna, las estrellas, las nubes… cuando me siento parte de algo mucho mas expansivo que mi ser. Algunos de mis placeres sagrados incluyen: nadar, mi práctica espiritual diaria; abrazos verdaderos; conversaciones después de hacer el amor; el olor de los bebés; el olor del pan en el horno; danzar; llorar con alguien compartiendo su pena; llorar sola con mis propias penas; llorar lágrimas compasivas mientras leo una novela conmovedora; reír a carcajadas con un grupo de amigas ( esa risa que sale de las entrañas y que es a la vez compasiva y sanadora); ver a los hijos ya grandes, en sus cuerpos viriles jugando futbol; estar desnuda en un pozo profundo de agua caliente bajo la luz de la luna y las estrellas. Judith termina su sencillo testimonio aclarándonos que esa es sólo una pequeña lista para comenzar… Y pregunta sobre nuestra propia lista ¿Podrías elaborarla?